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Antártica: un horizonte no tan lejano

⊛ 27 de Ago del 2011 ☉ Artículos sobre ciencia antártica ⎙ Print

Hace dos mil años, Lucio Anneo Séneca (4 a. C. – 65 d. C.) en su obra Cuestiones Naturales sentenció: «Llegará un tiempo en el que una investigación minuciosa y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están en la oscuridad. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar un tema tan vasto. Por lo tanto, el conocimiento sólo se podrá desarrollar a lo largo de sucesivas edades. Llegará una época en la que nuestra descendencia se asombrará de que ignoráramos cosas que para ellos son tan evidentes. Muchos son los descubrimientos reservados para las épocas venideras, cuando ya se haya borrado el recuerdo de nosotros. Nuestro universo sería una cosa muy limitada si no ofreciera a cada edad algo que investigar. La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre…»

Resulta maravilloso e inquietante a la vez vivenciar, dos milenios después, la misma inconmensurable sensación de misterio, curiosidad, fascinación e inmensidad frente a un continente como la Antártica. Todas y cada una de las sentencias que Séneca hace respecto de la investigación de la naturaleza aplican, casi sin corrección, al llamado Sexto Continente.

La exploración antártica ha pasado por diversas etapas, que han construido en el imaginario colectivo la idea de un Continente Blanco inmaculado, estéril y riguroso, severo y hostil, idea que hace mirar con una mezcla de admiración e incomprensión a los científicos que se aventuran a plantar sus hipótesis (en vez de banderas de conquista) en esa mezcla de roca y hielo. Sin embargo, esta febril actividad científica, concentrada en un 90% en la temporada estival, está cambiando dramáticamente esa monolítica idea de Antártica. Los provocadores resultados de las investigaciones llevadas a cabo durante los últimos 50 años han permitido reconstruir una historia, develar una exuberante diversidad biológica y poner en valor las exquisitas adaptaciones que la evolución ha producido en respuesta a un ambiente muy poco propicio para la vida… al menos como la entendíamos.

La flora antártica se encuentra dominada en la actualidad por criptógamas (algas, líquenes y musgos), la mayoría de las cuales sólo crecen en zonas descubiertas de hielo al norte de los 65º S. Sólo crecen en forma nativa dos especies de plantas vasculares: la gramínea Deschampsia antarctica y la cariofilácea Colobanthus quitensis.

Sin embargo, la pobrísima diversidad biológica observada en las plantas antárticas contrasta con la riqueza del registro fósil. Bosques muy diversos, dominados por coníferas (mañíos, cipreses, araucarias y cycadales) y plantas con flores (Angiospermas) habitaron la Antártica de la era de los dinosaurios y sólo la abandonaron para siempre hace unos 5 millones de años. En efecto, recientemente se han realizado espectaculares hallazgos a 500 km del Polo Sur, en la Formación Meyer Desert, una interesante biota de Nothofagus (con 9 especies arbóreas que existen actualmente en Chile), Ranunculus (con más de 25 especies en Chile) y Cyperaceae (con 120 especies en Chile), interpretada como flora periglaciar de tundra, con insectos, moluscos e incluso un vertebrado. Este hallazgo, de flora con elementos comunes a la flora de Chile y muy afín a los ambientes de valles glaciares de Tierra del Fuego, nos obliga a replantearnos las ideas acerca de cuándo y cómo desaparecieron los ambientes boscosos de la Antártica. Hasta ahora se pensaba que había sido hace 30 ó 20 millones de años, lapso de tiempo que siguió a la desconexión de Sudamérica y Antártica y que se caracterizó por crecientes descensos de temperatura ambiental. Pero la flora miocénica de Meyer Desert y los dry valleys nos muestran cuán cambiantes son las ideas acerca de los extremos que logra soportar la vida.

Sea cual fuere la forma en que llegaron a la Antártica, estos organismos exhiben en la actualidad una serie de adaptaciones para resistir la congelación y la intensa radiación UV que se ha incrementado en las últimas décadas por el agujero de ozono antártico. El medio antártico es paradójicamente seco, pues el agua dulce se encuentra en un estado físico poco amable para la vida: hielo. Para las células vegetales, cuyos protoplastos están principalmente constituidos por agua, la nucleación de cristales de hielo en su interior produce la muerte celular, tal como ocurre con los cultivos ante las temidas heladas. Pues bien, Deschampsia ha desarrollado mecanismos fisiológicos para evitar la formación de cristales en sus células, a través de la expresión de proteínas anticongelantes y crioprotectoras. A pesar de que hasta ahora no se les ha podido reproducir en laboratorio de forma sexual, estas plantas se encuentran expandiendo su distribución ante el nuevo escenario de cambio global, demostrando su enorme potencial colonizador. Son estas adaptaciones también un singular reservorio de «respuestas» para problemas que aquejan a la humanidad, que son decodificadas por la biología molecular y presentadas a la sociedad en forma de anticongelantes, detoxificantes y descontaminantes que funcionan a bajas temperaturas, drogas anticancerígenas, protectores UV, antibióticos, etc.

El amor a una idea de inmutabilidad climática o a la estabilidad ha sido otro de los preconceptos derribados a la luz de las evidencias entregadas por los testigos de hielo y sedimentos obtenidos en la Antártica. Está profundamente arraigada en nuestra cultura la idea de una Antártica blanca, monolítica y fría, inmensa e inmutable, eterna y sepulcral. Pero, de nuevo, las evidencias científicas vienen a golpearnos el rostro, obligándonos a cuestionarnos y a cambiar viejos paradigmas.

Para las entidades que financian investigación científica y tecnológica, la comprensión de la estrecha relación entre Sudamérica y la Antártica resulta un ejemplo clásico de lo que se ha denominado «el rol social de la ciencia», pues el entendimiento de los procesos que gobiernan el clima antártico, la dinámica de sus hielos y las corrientes marinas, ya no tan sólo como un indicador de cambio, se entienden como un modulador del clima mundial y, en particular, del Cono Sur sudamericano. Fenómenos como la pluviosidad, temperatura media, stocks de recursos marinos, salinidad, etc., se verán alterados en mayor o menor medida, dependiendo de cómo cambie la Antártica y sólo la ciencia ayudará a los tomadores de decisiones a vislumbrar los efectos. Para que la ciencia latinoamericana tenga esa trascendencia, solamente existe el camino de la concursabilidad, la revisión por pares, la validación en revistas de corriente principal, la cooperación internacional y el fomento a la inserción de jóvenes investigadores, a través de programas de pre y postgrado que faciliten el camino hacia la investigación científica de calidad. Este es el caso del Instituto Antártico Chileno (10.112.1.19/inach), que cada año abre la convocatoria para su Concurso de Apoyo a tesis de pre y postgrado, investigaciones que pasan a integrar el Programa Nacional de Ciencia Antártica.

Hoy, como pocas veces en la historia, estamos más cerca de cumplir el viejo axioma de Séneca y en nuestras manos se encuentra la oportunidad de asumir como un nuevo norte al Continente Blanco.

Autor: Marcelo Leppe Cartes, paleobiólogo y Jefe del Departamento Científico del Instituto Antártico Chileno.