Punta Arenas, 6 de enero de 2016. Felicia y Martín llegan al lugar donde se efectuará la botadura de la lancha RS Karpuj del Instituto Antártico Chileno (INACH). La primera impresión que dan al intentar acercarse a conversar con ellos es de una pareja tímida y reacios al diálogo, pero está muy lejos de la realidad. Martín y Felicia González son muy reservados y al parecer no son de hablar muy fluido, pero no lo hacen de tímidos, sino que les cuesta entrar en confianza con otras personas cuando no están interesadas en aprender más de una cultura ancestral.
Él es descendiente yagán y ella, kaweskar. Son pareja alrededor de diez años. No mantienen hijos en común, pero ambos tuvieron retoños de relaciones pasadas. Se conocieron en talleres implementados por el Consejo Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) y hoy día transitan el duro caminar de pertenecer a los pueblos originarios en Chile, donde muchas veces no son reconocidos como realmente se lo merecen.
Nos sentamos al lado de Felicia para conversar. Nos cuesta, pero de a poco va entrando en confianza. Le preguntamos por sus trabajos en artesanía y nos comenta con voz baja, mas segura, que vende sus productos en su casa, ya que no cuenta con un lugar para la venta, además de que la gente ya la conoce desde hace mucho tiempo. “Así es más cómodo, porque el que va, lo hace para comprar seguro”, añade.
Seguimos charlando con Felicia cuando de repente abre su cartera y, como si todo estuviera preparado, extrae unos trabajos hechos de su propia mano para mostrarlos y explicar a grandes rasgos su proceso. De pronto tengo entre mis manos una canoa de piel de lobo, junto a otra más pequeña hecha de corteza de árbol y coigüe extraídos de lo más profundo del sector de San Juan (a unos 60 km al sur de Punta Arenas), amarrados fuertemente con junquillo.
“A mí me traen la piel de lobo para hacer estas canoas desde el sur, por allá donde andará el barco (refiriéndose a la lancha Karpuj). Tengo un tío que anda por esas islas y canales donde andaban los antepasados y me las consigue. Las otras canoas chicas están hechas de junquillo y corteza de árbol que se recolectan y se limpian bien para poder trabajar”, apunta Felicia.
Con voz tranquila, Felicia señala que igual es difícil hacer las artesanías, pero que la gente no sabe cuánto cuesta hacer una pequeña réplica, la que muchas veces destroza las manos hasta cortarlas con tanta manipulación y el estirado del material.
Se le nota un pequeño dejo de tristeza en sus ojos al hablar que la gente ya no compra mucho lo que hace; algunas personas encuentran caro lo que vende. “Esto requiere tiempo, pero la gente no ve esas cosas… Uno muchas veces se rompe los dedos tratando de hacer algo bonito, especialmente si el tamaño es pequeño, pero las personas no saben el esfuerzo y hasta piden rebaja de precio”.
Felicia junto con vender sus elaborados y delicados trabajos también asiste a algunos talleres y a un colegio donde oficia de monitora.
Martín González es el esposo de Felicia, de carácter callado al igual que su señora y de aspecto bonachón. Cuenta que la bendición con cantos y bailes de origen yagán que le hicieron a la Karpuj no lo habían hecho nunca (un baile simulando el vuelo del albatros de ceja negra que surca los mares australes).
“Fue la primera vez que hago algo como esto. Al principio estaba muy nervioso y no pensaba que la gente iba participar de lo que tenía planeado, pero al final logré el objetivo que era que todos participaron de la bendición y resultó muy bien”, acota Martín mirando por una ventana hacia el estrecho de Magallanes.
A diferencia de Felicia, su marido está en el negocio de hacer lanchas y botes, aunque decir “en el negocio” son solo palabras, ya que es muy baja la productividad por estos tiempos. “Se hacen muy pocos botes al año, quizás dos con mucha suerte, ya que son muy caros y la gente muchas veces no está dispuesta a gastar tanta plata”, añade Martín.
Súbitamente Martín se aleja de nosotros y camina hacia un ventanal del salón donde se efectuaba una recepción posterior a la botadura de la nave buscando quién sabe qué cosa. Nos damos vuelta y encontramos nuevamente a Felicia y sin que le preguntemos nada nos comenta que “es bueno que se llame el barco así, para preservar de alguna forma la lengua y no se muera”.
La recientemente inaugurada RS Karpuj perteneciente al INACH precisamente lleva ese nombre que en lengua yagán significa “albatros de ceja negra”. Simboliza y representa a uno de los pueblos originarios de estas australes tierras y se espera que mediante la bendición y los buenos deseos de Martín y Felicia, pueda emprender un vuelo libre y tranquilo, pero esta vez en el conocimiento.
Por Harry Díaz
Departamento de Comunicaciones y Educación
Instituto Antártico Chileno
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