Recientemente, y a raíz de la última película de Alejandro Amenábar, he vuelto a leer un capítulo del libro de Carl Sagan “Cosmos” de 1980. El capítulo se llama “Quien habla en nombre de la Tierra” y parte de el está dedicado al último de los grandes científicos de la gran biblioteca de Alejandría, una mujer llamada Hipatia, cuyo amor al conocimiento y la búsqueda de la verdad han sido poco reconocidos por occidente. En los tiempos en que cuestionar el geocentrismo con matemática euclidiana era claramente herético, Hipatia fue un ejemplo de una pasión por la ciencia que la llevó a pagar su pasión con su vida. Recientemente la vida de Hipatia y el fin de la biblioteca de Alejandría han sido reseñados en la película “Ágora”. No era mi intención contarles el final, sino simplemente reflexionar acerca del momento actual que vive la ciencia antártica nacional y sus motivaciones mas íntimas.
Para nadie que ha vivido la experiencia antártica es un misterio que hacer ciencia en el “Sexto Continente” no es fácil. Para los científicos que van por primera vez es una experiencia adrenalínica y se entiende que un 20% de ellos no quiera volver nunca más. En campamentos es levantarse con frío, pasar el día con frío y acostarse con frío. La escasez de agua líquida obliga a privilegiar su uso para alimentación. Cada paso debe ser dado con cuidado para no dañar ninguna manifestación de la vida antártica. El aislamiento convierte cada carpa en un reality donde ni siquiera hay cámaras para mandar mensajes al mundo exterior. Las comunicaciones son limitadas por tiempo y disponibilidad de energía eléctrica. Cada científico, por muchos pergaminos que tenga, debe cocinar, asear, ser mecánico, eléctrico, psicólogo y porteador. Sin embargo, la pregunta queda flotando en el aire: ¿Por qué el 80% desea volver a hacer investigación científica en la Antártica?
Los hechos son que año a año, durante los últimos cinco años, la cantidad de postulantes a los diversos concursos del INACH ha ido incrementándose, así como la cantidad de estudiantes en pasantías, prácticas y tesis. Programas como el INACH-Correos, popularmente conocido como “el cartero del fin del mundo”, han demostrado el entusiasmo con que jóvenes de pregrado ven la investigación antártica. Incluso a niveles escolares, en concursos como la FAE, que apunta a estudiantes de enseñanza media, el nivel y cantidad de concursantes es evidencia directa de que precoces científicos están soñando la posibilidad de visitar el Continente Blanco, aunque sea por días.
La pregunta aún permanece: ¿Por qué?
La respuesta parece estar irremediablemente ligada a la sensación de aquellos científicos de la antigüedad, que a pesar de la adversidad, todo el trabajo que desarrollaron estaba en las fronteras del conocimiento, en los linderos del entendimiento de un mundo lleno de preguntas, preguntas que apasionaban a Hipatia y a los miembros de las escuelas alejandrinas. Preguntas que la llevaron a la inmolación.
Hoy vivimos tiempos más tranquilos, la sociedad, al menos idealmente, entiende que el análisis, la selección de fuentes y la capacidad de combinar elementos de información para construir nuevo conocimiento útil, deberían ser los pilares fundamentales de la instrucción social, si aspiramos a tener una “Sociedad del Conocimiento”. Pero a pesar de todo, es la pasión de trabajar en los linderos del conocimiento, en la última frontera inexplorada, en la Tierra Australis Incognita, lo que mueve año a año a nuestros científicos a dejar las comodidades y a vivir una vida extrema para encontrar respuesta a esas preguntas.
Autor: Marcelo Leppe Cartes, paleobiólogo y Jefe del Departamento Científico del Instituto Antártico Chileno.