¿Es la Antártica un continente aislado del resto del planeta? Si hoy pudiéramos preguntarles a los primeros exploradores, tal vez muchos dirían que sí, no sólo por el aislamiento humano propio de aquellos tiempos sino porque la Antártica parecía un mundo de otro planeta, un desierto blanco extremadamente frío con una biodiversidad en mucho única y desconocida. Sin embargo, en la actualidad la respuesta categórica es no; a pesar de su aparente aislamiento, este continente remoto está conectado con el resto del planeta a través de las interacciones atmosféricas y oceánicas, y hoy en día antropogénicas.
En el último cuarto del siglo XX, la Antártica comenzó a tener cada vez mayor importancia y relevancia en las ciencias atmosféricas y otras disciplinas, debido primero al agujero de ozono estratosférico, que tiene lugar cada primavera en la Antártica, y luego a los impactos del cambio climático asociado al calentamiento global ocasionado por el incremento de los gases de efecto invernadero. Dos fenómenos antropogénicos que tienen orígenes en otros lados del mundo, principalmente en el hemisferio norte, y que, sin embargo, sus efectos se hacen también sentir a miles de kilómetros al sur, revelándonos que la Antártica es parte integral del planeta Tierra.
Desde el punto de vista energético, la superficie terrestre y su atmósfera adyacente se calientan y ganan calor (balance radiativo positivo) en las zonas ecuatoriales y se enfrían por pérdida de calor (balance radiativo negativo) en las latitudes polares. Este exceso y déficit de calor hace que la atmósfera (y el océano) esté en una constante búsqueda del equilibrio térmico con movimientos de las masas de aire frío desplazándose hacia el ecuador y masas de aire cálido hacia los polos.
Sin embargo, el efecto de la rotación de la Tierra influye en el movimiento de las masas de aire, de modo tal que la circulación de la atmósfera adquiere una estructura más compleja, que de manera simplificada se representa por tres celdas meridionales (fig. 1). La celda directa de Hadley involucra la zona de convergencia superficial en el ecuador, donde tienen lugar los ascensos de aire; la franja de las latitudes tropicales (~30º), donde ocurren los descensos de aire que dan origen a las circulaciones permanentes de los centros de alta presión; y los movimientos hacia los polos en la atmósfera alta y hacia el ecuador en superficie, que dan origen a los vientos alisios. En las latitudes medias (~30º a ~60º) se encuentra la celda de circulación indirecta llamada de Ferrel con descenso de aire en su lado ecuatorial (~30º) y ascenso en su lado polar (~60º), y finalmente las celdas polares con ascenso de aire alrededor de los 60º y descenso en los polos; esto último da origen a las altas permanentes en la Antártica y el Ártico. La Antártica se encuentra ubicada dentro de la celda polar austral, lo que climatológicamente se traduce en una circulación anticiclónica sobre el continente que da lugar a una región permanente de altas presiones en su interior, y alrededor del margen de la Antártica un cinturón de bajas presiones llamado “vaguada circumpolar”. Por otra parte, sobre el continente en los niveles medios y superiores de la atmósfera se encuentra el vórtice polar asociado a la circulación ciclónica de los vientos del oeste en altura.
Las características físicas junto con la ubicación geográfica de la Antártica no sólo influyen el comportamiento meteorológico regional en las zonas polares sino que también ejercen una influencia en las características del clima del hemisferio sur. Así, la alta elevación de la topografía del continente y el hecho que ésta esté desplazada del Polo Sur geográfico (asimetría), se convierte en un obstáculo relevante que bloquea la circulación de los vientos midtroposféricos en el hemisferio sur. El bloqueo hace que el flujo de aire se eleve por sobre la elevada topografía antártica o sea desviado alrededor del mismo. De hecho, la asimetría del continente antártico con respecto al eje de rotación de la Tierra ha sido sugerida como uno de los responsables de la generación de los movimientos ondulares planetarios (ondas de Rosbby) de los vientos en altura en el hemisferio sur y, por lo tanto, jugaría un papel importante en la formación y/o localización de la difluencia de la corriente en chorro (zonas de vientos fuertes en altura) en las cercanías de Nueva Zelandia, influenciando así la meteorología y climatología del hemisferio sur.
Por otra parte, la variabilidad interanual que se observa en la Antártica está vinculada a mecanismos de teleconexión como El Niño Oscilación del Sur (Turner 2004) y la Oscilación Antártica (OA). El temporal calentamiento (El Niño) o enfriamiento (La Niña) de las aguas superficiales del océano Pacífico central ecuatorial está asociado a alteraciones de la circulación atmosférica que alcanzan las latitudes polares (fig. 2). En particular, cuando un evento severo de El Niño tiene lugar, las perturbaciones ciclónicas se desplazan a las latitudes medias (región B en fig. 2) disminuyendo la actividad ciclónica la región al oeste de la Península Antártica (región A en la fig. 2) lo que da como resultado una disminución de la precipitación, como también en la extensión del hielo marino (Renwick 2002). Si bien con un evento La Niña los cambios en la circulación atmosférica son opuestos a El Niño, no hay un claro impacto sobre la precipitación en la Península Antártica.
Lea texto completo en Boletín Antártico Chileno, Diciembre 2008.